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La sustancialidad de lo posible, fundamento ontológico del Tractatus.

Cuando hablamos de “cosas” damos por supuesta la existencia de algo que, sin embargo, es de difícil, por no decir imposible, demostración: las “cosas”. Wittgenstein nos dice en su Tractatus Logico-philosophicus que las “cosas, o los “objetos”, son aquello de lo que se compone el mundo; al mismo tiempo, no obstante, afirma que en el mundo no hay cosas, sino estados de cosas. ¿Cómo entender esto? ¿Sobre qué descansa la realidad y nuestra posibilidad de conocerla, si no es sobre “cosas”? ¿Cómo puede haber “estados de cosas”, pero no “cosas”? “Sustancia” es un concepto que ha fungido históricamente, de diversas maneras, de fundamento ontológico y epistemológico. La “sustancia” wittgensteiniana se identifica con el objeto fugaz, con las “cosas” que no existen, pero que son; que no hallamos por ninguna parte, pero que conforman el todo. La sustancia se nos revela entonces inasible, pero no por ello menos sustancia; y lo posible, más que ser una mera herramienta del pensamiento previsor, encuentra en el Tractatus su reivindicación en cuanto sustancia.

Los objetos forman la sustancia del mundo 1. Los objetos son simples 2, y han de serlo necesariamente, pues es a partir de su interrelación organizada que se configuran los estados de cosas 3. Si los objetos no fuesen simples, no serían objetos, sino ya estados de cosas, compuestos 4 a su vez de objetos simples. Para no caer en un regreso al infinito hay que postular la existencia de objetos simples que funjan como ladrillos de construcción al edificio de la realidad, como “átomos del mundo” 5. ¿Qué cosa del mundo podríamos decir que es un objeto tal? ¿Qué ejemplo efectivo podríamos dar de un objeto simple? Ninguno, y Wittgenstein no lo hace jamás justamente por estar consciente de esta imposibilidad. El objeto simple no puede ser ninguno de los que podemos constatar como siendo, de hecho, en el mundo (dándose efectivamente). Porque “el mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas” 6, y el “hecho” es “el darse efectivo de estados de cosas” 7. Todo lo que es en el mundo lo es en tanto que dado efectivamente, lo que significa que es un hecho, y no una cosa, es decir, un estado de cosas compuesto de objetos simples interrelacionados. Lo sustancial del mundo, lo fijo y persistente, es lo simple; lo accidental, lo cambiante e inestable, es lo complejo 8. Pero lo simple jamás es dado efectivamente, lo que es el caso siempre es ya un estado de cosas, un complejo.

¿Qué sentido tiene entonces hablar de objetos simples, si éstos nunca se dan efectivamente en el mundo? Frápolli y Romero nos dicen que su “existencia se deduce de los presupuestos de la concepción wittgensteiniana del lenguaje” 9. Estos presupuestos se reducen todos en última instancia a uno, al que nos referiremos como el presupuesto de Wittgenstein: “el lenguaje y la realidad tienen la misma estructura” 10. La deducción de la existencia de los objetos simples a partir de este presupuesto bien podría calificarse de trascendental: éstos son la condición de posibilidad de la figuración.

  • (2.0211) Si el mundo no tuviera sustancia alguna, el que una proposición tuviera sentido dependería de que otra proposición fuera verdadera.
  • (2.0212) Sería entonces imposible pergeñar una figura del mundo (verdadera o falsa).

El hecho desde el que se parte es que nos hacemos, efectivamente, una figura del mundo. El pensamiento mismo es una figura tal 11 y lo es de manera primordial; es “la primera figura de los hechos”. Esta figuración sería imposible si no hubiese algo fijo en el mundo, algo sustancial, a lo cual el acto de la figuración pudiese anclarse.“ 12 Pero en el mundo no hay ninguna necesidad, todo lo que existe es contingente, los hechos son contingentes” 13. Si el mundo es la totalidad de los hechos, y los hechos son todos contingentes, ¿qué puede restar en el mundo que cumpla con las características necesarias para poder ser considerado “sustancia”? Lo único que resta es la posibilidad de configurarse un estado de cosas, la posibilidad misma de ser contingente. Esto es lo único que no cambia. La configuración de los estados de cosas es un eterno devenir, pero la posibilidad de que tal o cual estado de cosas se configure de tal o cual manera, eso está escrito en piedra. Ahondemos en esto, pues por ahora no tiene mucho sentido todavía.

Wittgenstein no hace explícitas sus influencias más allá de Frege y Russell, pero en su concepción ontológica del mundo expuesta en el desarrollo de la segunda proposición del Tractatus resuenan fuertemente los ecos de Leibniz y Husserl. Estos objetos simples, meras virtualidades que contienen en sí “la posibilidad de todos los estados de cosas” 14 hacen eco de las mónadas leibnizianas; y el hecho de que esa posibilidad consista en la pensabilidad (es decir, en su ser-figurable 15) de los estados de cosas, hace eco de la fenomenología. La lógica es condición de posibilidad de la realidad en un sentido bastante peculiar: es su forma. Pero aquí “lógica” —y esto es lo realmente importante— no es equivalente a lógica formal. La lógica formal —entendiéndola como el conjunto de sus notaciones y sus reglas de sintaxis— es un lenguaje, una figura del mundo, una que ya presupone la forma lógica del mundo en su mismo ser-figura. Podríamos decir, pues, que Wittgenstein comprende la lógica en su más radical formalidad, una más profunda que la de la así llamada lógica “formal”. Una proposición de la lógica formal ostenta su forma lógica 16, pero no es la forma lógica. Estas proposiciones no son formas, son figuras, y hemos visto ya que la figura presupone la forma, pues ésta no es sino su posibilidad de figurar tal o cual cosa; es decir, presupone la forma porque ésta es su forma. Si la proposición de la lógica formal fuese ésa su forma lógica, ello significaría que, en tanto que figura, estaría figurando su forma, lo cual es imposible 17. La forma es la posibilidad de ser tal o cual cosa, y la figura, en tanto que ya es tal o cual figura, ha abandonado ya el estadio de la mera posibilidad y ha devenido un ente actual con una determinada forma de ser. Por eso es imposible figurar la forma lógica, porque tendríamos que traer al plano de lo efectivo lo que pertenece esencial y exclusivamente al ámbito de lo posible.

La forma lógica es, por lo tanto, una categoría ontológica. Forma lógica es equivalente a forma de ser. La forma lógica, en tanto que forma del mundo, es una forma ontológica. Las cosas del mundo, los hechos que se dan efectivamente, ostentan todos, siendo, ésa su forma de ser (su forma lógica), su forma de actualizarse en lo real a partir de lo posible. Ya hemos dicho que los objetos son simples mientras que los estados de cosas son complejos. Hay dos maneras en las que cabe entender esto:

  1. A partir del principio de composicionalidad en el que se basa el análisis lingüístico fregeano.
  2. A partir de una observación —de cariz aristotélico-fenomenológico— directa de lo real.

Siguiendo la primera manera, se llega a lo ontológico mediante el análisis sintáctico-semántico del lenguaje. El principio de composicionalidad en Frege nos diría que “el significado de una unidad léxica es su contribución general y sistemática al significado asociado a las oraciones en las que ella aparece”, o, dicho de otra manera, “que se sabe el significado de las expresiones más básicas por la contribución que ellas hacen al significado del todo” 18.  Es decir, todas las oraciones con significado están compuestas de unidades cuyo propio significado se define en función de su contribución al significado del todo de la oración de la que forman parte. Lo interesante y valioso de este principio es que establece a la oración, y no a la palabra aislada, como la unidad básica de sentido 19. Lo primero son las expresiones complejas, aunque para formularlas se necesite de unidades léxicas. Wittgenstein respeta esto cuando nos dice que “sólo unido a su uso lógico-sintáctico determina el signo una forma lógica” 20. Pongamos por caso el signo “automóvil”. La palabra por sí misma realmente no nos dice nada. Podrá evocar en nuestra mente ciertas imágenes relacionadas a los objetos que cada cual considere como pertenecientes a la especie automóvil; pero, la palabra por sí misma, “automóvil”, no dice nada. Ni nos dice algo sobre un hecho del mundo, ni sobre un posible hecho del mundo. Ahora otro ejemplo: “el automóvil del profesor se ha descompuesto”. Esta oración sí que nos dice algo sobre el mundo: nos dice que, de hecho, el automóvil del profesor se ha descompuesto, o —como es el caso dado que me la he inventado—, nos dice que el hecho de que el automóvil del profesor se haya descompuesto es un hecho posible en el mundo. El sentido de la expresión lingüística depende de su posible correlación con un estado de cosas del mundo. Los objetos simples no se dan nunca en el mundo; las palabras aisladas carecen de sentido (unsinnig). Pero aquí se nos ha colado de sorpresa el mundo. Se supone que iríamos de lo lingüístico a lo ontológico, pero hemos terminado por echar mano de lo ontológico para llegar a la conclusión lingüística. La razón de esto es el presupuesto de Wittgenstein. En el Tractatus ya hay una presuposición ontológica: mundo y lenguaje comparten estructura. Ahora bien, la estructura del lenguaje en la que piensa Wittgenstein se asienta en la fregeana. En el Tractatus no va primero ni lo ontológico ni lo lingüístico, porque allí se presupone ya una correlación esencial entre ambos. Pero, para llegar a esa presuposición fundamental, primero se pasó por el análisis lingüístico de Frege, y ése es el análisis basado en el principio de composicionalidad.

Aclaremos unas cuantas cosas. Hemos dicho que, para Wittgenstein, las palabras aisladas carecen de sentido 21. Para Frege, no obstante, está claro que gozan de él. Frege denomina a las unidades de sentido “nombres”, y, para él, “nombre” pueden ser tanto palabras aisladas como oraciones complejas. Ya vemos aquí una gran diferencia con Wittgenstein. Nos dice Frege: “Un nombre propio (palabra, signo, combinación de signos, expresión) expresa su sentido, se refiere a, o designa, su referencia 22. Con un signo expresamos su sentido y designamos su referencia”. Y esta referencia “es el objeto mismo que designamos por medio de él [del nombre]”23. Cuando nosotros decimos “la Luna” nos estamos refiriendo a la Luna, y el sentido del nombre “la Luna” podría ser (pues se puede llegar al mismo objeto a partir de diversos sentidos) “el único satélite natural de la Tierra”. Es el sentido el que nos permite llegar a del signo a la referencia, de la misma manera en que un telescopio nos ayuda a observar la Luna 24. Lo decisivo es que el sentido sólo puede ser expresado mediante una oración compleja. El sentido de un signo simple, o se capta intuitivamente “por cualquiera que conoce de manera suficiente el lenguaje o la totalidad de las designaciones a las que pertenece” 25, o deberá ser explicado mediante una oración compleja que refiera a su sentido. Esto queda implícito en Sobre sentido y referencia, pero es algo que Russell sabrá explotar. Éste establece una distinción tajante entre nombres y descripciones, quedando los primeros reducidos a los signos simples 26. Un signo complejo del tipo “el actual rey de Francia” sería considerado por Frege como un nombre con un sentido determinado, aunque carente de referencia. Russell diría, por otro lado, que se trata de una descripción, no de un nombre. Las descripciones “refieren a un individuo mediante características, mediante predicados que, según los casos, se aplicarán o no a un individuo. Un nombre, por el contrario, consiste […] en una simple indicación” 27. En Sobre sentido y referencia Frege establece que la referencia de una proposición asertórica es su valor de verdad 28. Ahora bien, una descripción es justamente una proposición de ese tipo. “El actual rey de Francia” se revela entonces como escondiendo en sí la proposición “hay por lo menos un actual rey de Francia”:

Ǝx(Fx)

Refiere, por tanto, a su objeto de una manera completamente distinta. No lo “indica”, sino que hace un juicio existencial susceptible de ser verdadero o falso. Diríamos pues, respetando a Frege, que si su referencia es, estrictamente hablando, su valor de verdad, entonces el objeto es su referencia indirecta, es decir, su sentido 29.

La razón detrás de este argumento russelliano era el refutar la existencia de entes ideales no realmente existentes justamente del tipo “el actual rey de Francia”. Pero los signos simples, los verdaderos nombres, siguen funcionando como tales; siguen teniendo una referencia (un individuo real o una abstracción ideal) y un sentido. Ahora, en primer lugar, debemos dejar claro que en Wittgenstein ya no cabe hablar de “referencia” en este sentido. La referencia siempre es un objeto en el mundo, pero en el mundo ya hemos dicho que no se dan objetos, sino hechos. ¿Qué queda del nombre, entonces? Su sentido. Pero hemos dicho también ya que el sentido del nombre sólo es explicable mediante una oración compleja, o sea, una descripción. Así, según Wittgenstein, “los significados de los signos simples (de las palabras) deben sernos explicados para que nos sea posible entenderlos. Pero con las proposiciones nos comprendemos” 30. Los nombres, si los tomamos aislados, carecen de sentido. Éste sólo lo obtienen al ser reemplazados por una descripción, pues sólo éstas, en tanto signos complejos, son susceptibles de ser verdaderos o falsos, es decir, de tener sentido a la manera de Wittgenstein, ya no de Frege. Los nombres, a pesar de todo, permanecen necesariamente. Las oraciones se construyen con ellos, las oraciones son arreglos de nombres. ¿Cómo llegan a conformar una oración con sentido un montón de signos simples sin sentido? De la misma manera en que un montón de objetos simples únicamente posibles configuran estados de cosas reales. Los signos simples son los correlatos lingüísticos de los objetos simples ontológicos 31.

Así llegamos de lo lingüístico a lo ontológico. Veamos ahora, brevemente, cómo partiríamos directamente de lo ontológico mediante aquella observación directa que mencionábamos más arriba. Partamos de la idea de que el mundo es el conjunto de las sustancias, y una sustancia es aquello subsistente de lo cual todo lo demás se predica (hablamos, pues, de la sustancia aristotélica). Una sustancia puede ser una taza, y de esa taza podemos predicar su color, su número, su posición, etc. Pero entonces estamos hablando ya de una sustancia más sus predicables, no de la sustancia sola. ¿Qué podríamos decir de la sustancia sola? Nada, porque si dijésemos algo de ella, estaríamos ya predicando algo de ella; igualmente, sin embargo, tampoco podemos mentar predicados sin sustancia, pues nos toparíamos entonces con los nombres sin sentido de más arriba. En el mundo hay sustancias determinadas ya por muchos predicados, pero no hay sustancias solas ni predicados al aire. La sustancia, no obstante, permanece allí ella sola como una categoría aparte, como la categoría primordial. Si bien en el mundo no se dan sustancias solas, en el hecho de que se den sustancias determinadas yace la implicación del estatus ontológico positivo de la sustancia desnuda como condición de posibilidad del darse efectivo de la sustancia determinada. La sustancia, a secas, es la posibilidad de ser determinada. Regresando a Wittgenstein, éste nos dice: “Los objetos contienen la posibilidad de todos los estados de cosas” y “la forma del objeto es la posibilidad de su ocurrencia en estados de cosas” 32. La sustancia desnuda u objeto simple, elementos constituyentes del mundo, son la posibilidad misma de ser sujeto de predicados, de ser determinados como estado de cosas 33. “Espacio, tiempo y color (cromaticidad) son formas de los objetos” 34. Una taza roja es ya ella misma un estado cosas, una sustancia determinada. Podemos decir de ella “esta taza es roja, yace encima de la mesa y lleva ahí dos horas sin ser movida”; eso decimos de ella, pero su forma —su ser de color tal, estar en posición tal y serlo a través de una duración tal—, ésa la ostenta, de la misma manera en que la figura ostenta su forma de figuración.

El pensamiento es la figura primera del mundo. En virtud de este su carácter especular, puede él dictar lo que puede o no acaecer en el mundo. Puede acaecer cualquier cosa con la única condición de que ésta respete su propia forma lógica, la cual podemos conocer porque es reflejada en la forma ostentada por nuestro propio pensamiento. Esa forma consiste en la posibilidad de darse efectivamente en el mundo, y es lo único que no varía. En el mundo no hay necesidad, por eso no puede haber en él, estrictamente hablando, sustancias. En él todo varía, cambia, y deviene. Pero su forma es constante, su forma es espacial, temporal y cromática. En el mundo no se dan objetos simples, pero son ellos, en su virtualidad sustancial, los que posibilitan todo acaecer efectivo de estados de cosas.

Bibliografía
  • Frápolli, María José, y Esther Romero. Una aproximación a la filosofía del lenguaje (Madrid: Síntesis, 1999).
  • Frege, Gottlob. “Sobre sentido y referencia”. En Ensayos de semántica y filosofía de la lógica, traducido por Luis M. Valdés Villanueva, 2da ed. (Madrid: Tecnos, 2017), 84–111.
  • Rossi, Alejandro. “Teoría de Las Descripciones, Significación y Presuposición”. Revista de Filosofía DIÁNOIA 10, núm. 10 (enero de 1964): 144–161. https://doi.org/10.22201/iifs.18704913e.1964.10.1217.
  • Wittgenstein, Ludwig. Tractatus logico-philosophicus. Traducido por Jacobo Muñoz Veiga e Isidoro Reguera Pérez (Madrid: Gredos, 2009).
  1. 2.021
  2. 2.02
  3. 2.072 y 2.032
  4. La misma palabra, “compuesto”, nos remite ya a una estructura compleja.
  5. María José Frápolli y Esther Romero, Una aproximación a la filosofía del lenguaje (Madrid: Síntesis, 1999), 85.
  6. 1.1
  7. 2
  8. 2.0271, “El objeto es lo fijo, persistente; la configuración es lo cambiante, inestable”.
  9. Frápolli y Romero, Una aproximación a la filosofía del lenguaje, 109 n.10.
  10. Frápolli y Romero, Una aproximación a la filosofía del lenguaje, 84.
  11. 3
  12. Frápolli y Romero, Una aproximación a la filosofía del lenguaje, 89.
  13. Frápolli y Romero, Una aproximación a la filosofía del lenguaje, 86.
  14. 2.014
  15. 3.001 y 3.02
  16. 2.172
  17. De nuevo 2.172
  18. Frápolli y Romero, Una aproximación a la filosofía del lenguaje, 36.
  19. Frápolli y Romero, Una aproximación a la filosofía del lenguaje, 36.
  20. 3.327; Wittgenstein define al signo como “lo sensorialmente perceptible en el símbolo” (3.32). Con “símbolo” parece referirse entonces al sentido con el que carga el signo, entendiendo “sentido” a la manera de Frege, pues Wittgenstein incluso nos dice que dos símbolos pueden tener el mismo signo (3.321). Un ejemplo de esto sería “banco”. El signo “banco” puede ser del símbolo de aquel objeto para sentarse, semejante a una silla; o bien, puede ser del símbolo de aquel lugar a donde vamos a guardar nuestro dinero. A las palabras Wittgenstein se refiere como “signos simples” (4.026).
  21. Ahondaremos en esto un poco más adelante.
  22. Gottlob Frege, “Sobre sentido y referencia”, en Ensayos de semántica y filosofía de la lógica, trad. Luis M. Valdés Villanueva, 2da ed. (Madrid: Tecnos, 2017), 90.
  23. Frege, “Sobre sentido y referencia”, 89
  24. Frege, “Sobre sentido y referencia”, 89.
  25. Frege, “Sobre sentido y referencia”, 86.
  26. Alejandro Rossi, “Teoría de Las Descripciones, Significación y Presuposición”, Revista de Filosofía DIÁNOIA 10, núm. 10 (enero de 1964): 147, doi:10.22201/iifs.18704913e.1964.10.1217.
  27. Rossi, “Teoría de Las Descripciones, Significación y Presuposición”, 149.
  28. Frege, “Sobre sentido y referencia”, 93.
  29. Véase Frege, “Sobre sentido y referencia”, 96–97.
  30. 4.026
  31. 2.13 y 2.131
  32. 2.014
  33. 2.0141
  34. 2.2051

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