Artaud y Rousseau. La escritura y la ambigüedad de los afectos.

A manera de prólogo:

A menudo notamos que escribir es algo muy diferente a hablar. No es raro que la composición de un texto nos sea un asunto difícil ¿Es acaso que la escritura está separada de la expresión verbal? ¿Si las dos provienen del lenguaje, cómo es que tal cosa como una separación puede ser posible? En el siglo XVIII Jean Jacques Rousseau quiso responder a esta pregunta con el “Ensayo sobre el origen de las lenguas”. En su obra se analizan las razones antropológicas e históricas que dieron paso a las primeras sociedades humanas y, por consiguiente, a los primeros indicios de una escritura gramaticalmente articulada. Según Rousseau, las lenguas modernas vienen de un primer contacto con las cosas por medio de los sentidos, pero en vez de ser el resultado de un signo, éstas fueron el paulatino progreso de una lengua musical a una lengua gramatical. Siglos después, el poeta y dramaturgo Antonin Artaud se sumerge en la misma pregunta cuando sugiere que hay un abismo entre los afectos y la manera de expresarlos: el lenguaje, escrito, verbal o corporal, no es claro sino oscuro. Los contextos y el tiempo separa a los dos autores, el pensamiento sobre la escritura fija un cisma entre las concepciones de  la modernidad y las filosofías del siglo XX. Pensadores como Jacques Derrida y Gilles Deleuze voltean la mirada al ensayo de Rousseau y a los escritos de Artaud para comprender cómo es que la razón occidental se desarrolló por medio de la escritura.


Self-portrait in a convex mirror, Parmigiano: https://factumfoundation.org/our-projects/digitisation/parmigianinos-self-portrait-in-a-convex-mirror/

El tema del lenguaje es tal vez uno de los más gastados en la filosofía, pero no nos queda más que seguir gastando. El autor se disculpa por la inclusión de este prólogo. No sólo él no suele hacer esto, sino que la práctica parece ir en contra de los valores que forman Hipertelia. Él autor también se disculpa por usar la tercera persona del singular y la voz pasiva, no obstante, lo que originó la inclusión de este prólogo fueron circunstancias impersonales y de carácter formal, naturalmente el estilo debe ser formal e impersonal. Y además, de ese modo el lector se lava las manos si  lo quieren echar a la hoguera.El lector podrá reparar en que las citas textuales del ensayo de Rousseau son escasas. Esto se debe a dos cosas: la edición consultada y la arrogancia impertérrita del autor. Recabar fuentes es una actividad fundamental de la investigación escrita, cuál sería entonces la sorpresa del autor cuando, al margen de la lectura de Antonin Artaud, se le ocurriera la  barbaridad de realizar un ensayo sobre el poeta francés y forzar una interpretación que lo relaciona a éste con el pensador genovés del XVIII. Su sorpresa fue aún mayor cuando revisó su biblioteca y se dio cuenta de que su edición de obras selectas de Rousseau había desaparecido. En ese momento lo invadió el coraje más que la angustia, se dijo a sí mismo “¡Chingada madre, si este pinche libro yo lo dejé por aquí!” y buscó desesperadamente entre sus libreros, sus baúles, maletas viejas y closets polvosos. Lo que encontró fue una novela vieja de JD Salinger que nunca había leído y unos tenis vans de cuero que, con excepción de estar cubiertos con un poco de polvo, todavía servían. El asunto de la desaparición del libro resultó, por consiguiente, ser algo positivo. Pero el problema llegó con la búsqueda de una copia en español del “Ensayo sobre el origen de las lenguas”, la de su propiedad era una traducción al inglés y el autor supuso que, en vez de la tosca lengua sajona, las citas serían más amenas para el lector en el español. Al autor no se le ocurrió recordar que él compra libros en inglés precisamente debido a que las traducciones al castellano son escasas, caras, viejas y obsoletas o, de plano, hechas a la carrera.

Su primer instinto fue buscar en Library Genesis, por supuesto, pero todos los mirrors que él conocía estaban caídos y, de todos modos, todos los scans y pdfs disponibles eran igualmente de traducciones al inglés. El autor lo jura, querido lector, su intención inicial era dejar este ensayo lleno de citas a rebosar, ponerlas al final de cada párrafo, de cada oración, entre las sílabas si era posible, para dar en el clavo y así hacerle ver a nuestros modestos fanáticos de la modernidad que se le estaba haciendo justicia a Rousseau y que los motivos subterráneos de ponerlo a pelear con Artaud eran meros recursos estilísticos. Lector, amado lector, justo lector, el autor se hace señal de cruz en este momento, el autor pone la mano sobre una copia de la “Crítica de la razón pura”. Cree en el texto, ten fe en el texto, que el texto sólo quiere decir la verdad. El autor es consciente de que hay mucho que reclamar a su pobre texto, el lector podría levantar la voz y decir — Bueno, señor Zacarías ¿Si no tenía a la mano una edición al español del ensayo, por qué no se resignó, esperó a que LibGen diera el resucitazo y descargó una traducción al inglés? ¿Que no ve que la investigación es algo delicado? ¿Que no sabe que hay que ser justos y objetivos? ¿Qué no le interesa dejar hablar al bueno de Jean Jacques? — Sí, lector, sí lo sabe el autor panzón. Pero en este momento hay cosas más delicadas. En esta época de aranceles y notas sobre los daños ocasionados por el fentanilo, el autor quiso proveer a sus lectores de un poco de levedad ¿Y qué hay más ligero, qué más placentero, al frente del discurso de un payaso reelecto, que leer en español en vez de inglés? El propio Rousseau estaría de acuerdo con el autor, y si no le creen lean el ensayo (el de Jean, no el del autor). El lector tendrá que creer al autor cuando asegura que sus palabras son prácticamente una paráfrasis de las de Jean Jacques Rousseau. Es más, él afirma que lo escrito en este ensayo es prácticamente un remedo, que varias oraciones sólo cambian por una letra o dos del texto traducido por Adolfo Castañón. 

Pues bien, el autor confiesa que buscó el libro en Amazon, y para colmo estuvo dispuesto a gastar unos 300 pesos por alguna edición de Alianza. Después de golpear las teclas y darle el primer enteraso al teclado, el autor se topó con una edición digital del texto de Rousseau. Antes que nada, el autor confiesa haberse convertido en un ávido lector de Kindle. De hecho, él utiliza su asiduo hábito de lectura en Kindle como un argumento en contra de las acusaciones que se le han hecho de tecnófobo. La razón de estas acusaciones son, si lo debes saber lector bello, su desafortunada afinidad con un filósofo hosco y enredoso que, además de todo, odiaba la tele y probablemente odiaría a DeepSeek y apoyaría los aranceles emitidos por el payaso, un filósofo que, sin embargo, el autor se prometió no mencionar por nombre en esta entrega de hipertelia. Ahora bien, la edición del ensayo de Rousseau es oficialmente editada y adaptada al plexo digital por el Fondo de Cultura Económica de México, ésta es una adaptación de la edición conmemorativa del 70 aniversario de la traducción al español hecha por el ya mencionado Adolfo Castañón. 

Leer en Kindle es harto cómodo y, por lo menos en el caso del autor, los mitos sobre la vista cansada y la dificultad de la concentración al momento de leer en lector electrónico le son ajenos. Es posible que a la gente no le guste admitir que sufre de TDAH y que les sea imposible distinguir entre un ipad y un lector electrónico, o simplemente que no son lectores: dos cosas que, por lo demás, son bien aceptadas y respetadas en nuestra sociedad. Bueno, lector. Debe decirse que el formato EPUB para Kindle es todavía algo joven y muchas de estas ediciones, aunque de editoriales establecidas, contienen ciertos errores de formato, imprecisiones, inconveniencias, dedazos, etc. En el caso del ensayo de Rousseau, el archivo desplegado en el lector no muestra el paginado original. En el momento en que el autor reparó en ello, teniendo leídas las tres cuartas partes del ensayo, ahí sí que lo invadió la angustia. Supo que no podría atiborrar el ensayo de citas, que no podría cortar el monto mínimo de palabras con largas transcripciones de párrafos, que no podría dar evidencia a cada uno de sus desvaríos y charlatanerías con el recorte preciso de frases y oraciones. El autor supo, pues, que estaría forzado a pensar y escribir. El archivo del lector sí muestra, sin embargo, la “posición” de las distintas páginas que, con muchos ánimos de equivocarnos, interpretamos como el “lugar” donde el código del lector Kindle identifica dónde deben ir ciertas partes del texto desplegado: éstas se identifican con un número y la abreviación “pos.”, a falta del paginado, el ensayo utiliza la posición del archivo digital para fijar la fuente de las referencias al ensayo de Rousseau. 

El autor sabe que esto no lo justifica y mucho menos lo exonera de juicio, pero su queja está bien fundada. Guarda tus estacas, lector, no prendas las antorchas: el autor asegura sentir admiración por el filósofo genovés. Quien haya pasado por alguna facultad de filosofía como él sabrá que leer es el peor enemigo del estudiante de filosofía y aparentar es su más fiel aliado. Por eso mismo, lector de mi propiedad, este ensayo es una invitación. No sólo pide  al lector que le crean que no está tergiversando a Jean Jacques Rousseau, sino también que ignoren la presencia de Jacques Derrida en el ensayo. Y si el lector no puede apartar la mirada del francés grosero y posmoderno, el autor entonces pide conmoción e indignación, es decir, que por puro coraje, por hacer al revés de Jacques (el del siglo XX, no el del XVIII), por hacerle un mal a la posmodernidad — ¿Qué significa eso, no? —, el lector vaya y entre a Amazon y compre la edición del “Ensayo del origen de las lenguas”, cuyo precio es de 74 pesos mientras el autor escribe estas palabras airosas. Así es lector, el autor  pide  desembolsar 74 pesos mexicanos: una cajetilla de Chesterfields, que injuries la memoria de Delicados, 74 pesos para leer la prosa clara y precisa de Rousseau, pide que tires todas tus convicciones a la basura e hinches más la bolsa de ese imbécil Jeff Bezos, pero lo pide porque — por razones que al autor no le cuadran — a Rousseau nadie lo lee en la facultad y su mención se limita a una anécdota: al parecer Kant era dueño de un retrato  — ¿O era un busto? — de Rousseau. Sí, lector cansado, entonces ignora los despilfarros del autor y ve a leer, que así va una parte del Tristram Shandy: ¡Oh lector, lee lo más que puedas! ¡Lee, lee, lee! Y de eso también le tienen que creer al autor, su copia se quedó en la CDMX.

https://www.shine.cn/feature/art-culture/1803111489/.

1.1. El vitriol es la fuente de donde manan las palabras. O algo así podría pensar Antonin Artaud. Según él, todo escribir es mierda de cerdo. Artaud, hipocondríaco y esquizofrénico, era un poeta de fluidos. En la vida enfermiza de Artaud un precario sonar de diversas voces cobraban forma dentro de su cabeza, haciendo de su vida y de sus escritos un torbellino de líneas y temperaturas inestables, unas voces que le sugieren, dice Antonin a Jacques Riviere, que él no habita el mundo: una verídica incapacidad de pensar.1 Estas voces eran oscuras y lejanas, pero algo le sugerían a Antonin. La relación de Artaud con escribir es harto complicada. En efecto, los que salen de lo oscuro para definir aquello que pasa en sus mentes son cerdos, no obstante, Antonin Artaud yace entre estos haciendo de la escritura un umbral a la dimensión ambigua y tórpida de los afectos. La de Artaud es entonces una escritura al servicio de las latencias y los pulsos que se sienten desde el interior del cerebro. Nos topamos con un carácter escritural que irrumpe en los vanos de la carpa del pensamiento occidental, carácter que da cuenta de que las emociones y los afectos emergen más bien como una serie de intensidades que, si bien pueden ser mapeadas en la cartografía de los sucesos de la mente, no son sujetas a la distribución y sujeción del afecto a la razón o del imperar de la última en el primero. Ahora bien, Artaud era en última medida un escritor ¿Por qué la escritura consta de esa descripción virulenta? En el “Ensayo sobre el origen de las lenguas” Jean Jacques Rousseau declara que el lenguaje se origina de un centro interior, puro y casi corpóreo,  un núcleo envuelto por la confección primigenia del ser humano. El lenguaje viene de una serie de entonaciones y acentos que atienden a las necesidades inmediatas de los hombres: un primer susto, el grito ante la figura deformada de una sombra, la huída al confundir una figura humana con un gigante y no un mero hombre. La lengua es una elocuencia muda2 que pasa desde los gestos inarticulados, el lenguaje figurado corporal y la representación plástica de los sentidos a la explicación de las pasiones y los sentimientos por la oralidad: tanto del deseo por el otro en el amor como en la petición de socorro y cooperación para la supervivencia común. Después de un lapso de vida individual, diversas experiencias, una separación del núcleo familiar, un recorrido por las áreas fecundas y los ríos, una temporada de precariedad, la constancia de parajes frígidos y la escasez de frutos o de presas, en  un momento u otro, los hombres se encuentran, y en ese encuentro se suscita el evento en el que todo este haz de tonos y cantos se desvanece con el inicio de la vida en sociedades conformadas por la constitución de la ley. Lo que esto quiere decir, sin más, es que el lenguaje brotó de una dimensión pre-social que viene desde los albores pre-históricos de la humanidad: en los momentos tempranos que preceden a todo contrato social y pacto.  

https://www.worldhistory.org/trans/es/1-16391/antigua-caligrafia-china/

En este periodo las lenguas provienen de las primeras familias y constan de una serie de acentos armónicos y gesticulaciones expletivas que — dice Rousseau al interior del ensayo — imitan con la melodía a los sonidos de la naturaleza. Cada familia tiene su propio lenguaje y es sólo el paulatino contacto entre mujeres y hombres no emparentados lo que va generando los lenguajes que hoy hablamos. Las primeras lenguas eran, por lo tanto, plenamente musicales, su primera incidencia en el mundo surge de una afectividad o una impresión, son más cercanas al latido de un sentimiento que a la definición que provee una palabra. En todo caso, podríamos decir que esta dimensión “pura” se desvanece con el nacimiento de la primera historia porque, al momento en que se debe poner en puño y letra los sucesos de alguna comunidad, ciudad o imperio, el fenómeno de los acentos musicales — que si acaso han dejado un rastro indescifrable en las tildes gramaticales — al servicio del lenguaje entierra a la pasión bajo tal magnitud que la pasión misma está seccionada por los márgenes de lo permitido y lo prohibido en los pueblos. Y  todo esto es debido a que sólo mediante la escritura puede haber algo así como una historia, es decir, el registro de los eventos en la exteriorización de la memoria, el archivo de las crisis, de las disputas, los decesos y la guerra, las sublevaciones, etc., sólo bajo el complemento de la palabra escrita se pasa de la primera mirada de las cosas, medidas según una impresión, una reacción de asombro o de miedo a su posterior designación como un objeto al cual el entendimiento se refiere al pronunciar u hacer uso de un signo escrito.

La escritura es la primera disciplina que manifiesta el bien conocido desgarro entre la naturaleza y la cultura que domina a la filosofía de la modernidad. Con el advenimiento de los asentamientos humanos — explica Rousseau — vino el desarrollo de la metalurgia y la agricultura, ciencias y prácticas cuyo ejercicio exige además ser hecho en sociedades sedentarias. Con el desarrollo de estas prácticas, hubo que determinar sus métodos, las distintas consignaciones de su práctica, la distribución del trabajo y la labor, la división de propiedades, los márgenes de legalidad y legitimidad: cómo es que el proceso de cultivo tiene un ciclo, cómo arar surcos, cuál es el proceso adecuado de arado, cuánto se debe regar, qué épocas son prósperas para ciertas germinaciones; qué metales son más nobles, cuáles responden mejor a un proceso de herradura, cómo evitar la oxidación; por otra parte, cuántas hectáreas de cebada son de zutano, cuántas de mengano, quién es el responsable de la producción de armas de hierro, quién el de azadas de arado, de quién son estos caballos y de quién son estas vacas, en una palabra, el proceso de distribución urbana fue tan complejo que sólo un método de registro y archivamiento fue capaz de suplementar a la organización de la socialidad humana: nace el contrato social. 

Rousseau entonces basa el ensayo en la lengua depurada y sonora que se remonta a los orígenes “naturales” del hombre, orígenes donde no hay ni un solo carácter escrito. La lengua, a diferencia del lenguaje, es música. Es en estos orígenes de donde la razón se remonta, y de donde se ven sus primeros asomos con el contacto temprano entre los hombres, la escritura es “ese peligroso suplemento…” que acordona al habla, un proceso de acumulación y suplemento de la naturaleza y forma las trabas de la violencia, la definición, la constricción y la exclusión de las impresiones por la descripción de los objetos y las normas, el contrato social y su registro sólo pueden surgir en una sociedad que necesita mantener presentes todas sus normas, la escritura colma a la presencia, es lo que mantiene la positividad de una norma, un método, una consigna y reemplaza a la memoria con la existencia efectiva de lo escrito.3 El momento en que la escritura se concierta nace algo así como la razón moderna, nace algo como la ley, nace el azote y la división entre lo permitido y lo prohibido, al margen de la sociedad humana nacen los valores y se extingue el estado de guerra pregonada por Hobbes. Ahí se disuelve  lo oscuro: las impresiones, los cosas sentidas, las líneas y sentimientos opacos, se dirigen hacia lo claro, cuyo medio es la transparencia de los contratos, los pactos de una sociedad y la moral inserta en esta u aquella lengua. La escritura entonces comporta exclusión y confinamiento. El hombre, antes de asentarse y concebir un método de agricultura, diría Rousseau, tenía una relación afectiva y lúdica con los objetos de la naturaleza, sus razones y su referencia al objeto percibido eran inmediatas y, como ingrediente, estaban determinadas por la intensidad, el ángulo y la impresión otorgados por una primera intuición. El vínculo entre  hombre y cosa constaba de  una relación fonética que lo ligaba por medio de una práctica espontánea y libre en la melodía y el canto, el hombre no necesitaba apuntalar y acordonar la tierra; el hombre no tenía propiedad, se dedicaba a la recolección y la cacería, no había hectáreas y no había disputas sobre los límites y el perímetro de las tierras del vecino, puesto que no había vecinos. Para recordar exactamente a quién pertenecía cada metro cuadrado y cada semilla de cebada, el hombre inventa un sistema de memoria: la escritura, y con ella vinieron las consignas, las concesiones, la educación y la libertad y la opresión, con ella perdió fuerza la música y se olvidaron los acentos; se convirtieron en meras tildes, y se tuvo que concebir un sistema de puntuación, una gramática y una sintaxis; con la gramática y la sintaxis nació un modo de explicarnos los unos a los otros, con esto último nació el estado, el cual escribió las leyes para explicarnos exactamente qué está permitido hacer y que no. Toda escritura es entonces mierda de hombre. O, por lo menos, podemos concluir esto con la antropología ingenua de Rousseau. Pero podrá parecer que estamos hablando de un Rousseau que — por adaptar la frase de Artaud— quiere volver a lo oscuro. Por supuesto que no es así. Esa lengua musical y primigenia es diáfana y en realidad Rousseau considera que lo expresado era dicho con mayor claridad antes de la descomposición de la lengua en elementos abstractos separables, como lo son las sílabas, las letras y los signos de puntuación: la pasión es una medida horizontal entre las cosas y el hombre, en una palabra,  los sentimientos eran expresables por la disposición de las lenguas cifradas en la pasión estética. En esta concepción del origen de las lenguas rige el carácter que define a la racionalidad moderna: la distribución equivalente y efectiva de la buena razón. Los límites y rasgos de las cosas fueron tal vez opacos antes de que existieran métodos de enunciación, pero el afecto que acompañaba a cada impresión de los objetos era precisa y se reducía a una respuesta emocional clara.

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1.2. Escrito a la estela de los estudios sobre música de Rousseau, el ensayo es un vivo ejemplo de los presupuestos que yacen al interior de la razón occidental. Si intercalamos a Rousseau con Artaud, lo hacemos con el motivo de mostrar cuál es el ímpetu de la aseveración de Artaud sobre la escritura. No es que el escribir sea solamente un asunto de cerdos, un juego de apariencias y poses, un espectáculo vano, sino que el mismo ejercicio de la escritura consta de una condición que subyace dentro de la razón: escribir es aclarar el fenómeno interior del pensamiento, escribir es una traducción de la mente, escribir deviene del fenómeno interno de “oírse-hablar”. Por eso escribir es un rechazo de lo oscuro, un intento de definir los pensamientos. Según esto, Artaud no llama la atención sobre el acto plástico de la escritura, como si no estuviera él mismo embelesado en el acto de expresión, sino que hace un reclamo ante la condición interna a toda razón en que el escribir es una exteriorización, una ob-jetivización, de los afectos, es decir, como si una imagen de lo sentido contuviera todas sus intensidades; el proceso es un proceso de reemplazo donde lo escrito amolda al afecto.  Hablar, entonces, es esa dimensión prolija en la que Rousseau invierte 80 páginas para explicar más que el origen de las lenguas el de la melodía, y el punto de contacto entre estas dos se da en el esquema del signo y el significante, el objeto y el sujeto. El lenguaje no podía más que llegar a existir porque el ingrediente especial de la música, es decir, los sentidos, estaban ya determinados por este arribo a la objetivación. El canto, si bien posicionado junto al ámbito fluído del habla, no podía más que tratar de perdurar en una imagen. En cuanto a esto, nuestras condiciones de determinación , con cuyo discurso nos explicamos en el lenguaje, imitan a otro arte: a la pintura, porque su disposición inicial es el establecimiento de un ángulo de refracción de colores para la observación, mientras que la disposición del lenguaje es el de unos contornos reconocibles en el concepto para hacer de un objeto explicable. Esta tensión interna se encuentra en el pensamiento de Rousseau, el habla fluye y está determinada por el tiempo, las imágenes permanecen y su constitución es espacial, la pintura es imagen y la música es habla, el modo constitutivo de la pintura, es decir, la técnica, suplementa a la música debido a que una notación escrita debe ser creada para el reconocimiento de la armonía y la ejecución de acordes: la escritura músical mezcla la sucesión de los sonidos y los intervalos de silencio en una gráfica legible. Los lenguajes y su andamiaje gramatical son una suerte de convención que reúne estas dos naturalezas: presencia y ausencia, movimiento y reposo, música y pintura, signo y significado. La cuestión es, sin embargo, que en un relieve de procesos indefinidos y carente de puntos de referencia donde lo que impera es la emergencia de ciertos pulsos se acoplan sobre otros, se retraen, se contraen, se interrumpen o cobran más intensidad, como lo es en el relieve mental de la esquizofrenia, el proceso lineal del habla del que Rousseau parte se desmorona. De hecho, toda condición horizontal entre el habla y lo hablado es prescindible, porque la pulsión aborda un carácter que no está determinado por la pre-sencia de un objeto, es una fuente de devenires que no tienen una orientación definida; cosa que, en términos psicoanalíticos, es similar a los estados distintos de psicosis en las respuestas entre el Es y el Ich dentro de la experimentación libre en los sueños.4 Sin embargo, defendemos que esta proliferación de estímulos opera en la vigilia. Artaud demuestra, con el cúmulo de sus síntomas, que la mente no es un plano de procesos lineales y la lengua no se encarga de hacer equivalencias entre estos y la gramática, sino que el punto de quiebre entre el lenguaje y el propio pensamiento está determinado por el hecho de que éste último es sordo: dentro del relieve de los afectos, la definición es una función que apenas alcanza a ver una mínima manifestación de una metafísica del ser, si hay alguna presencia, esta es reconocida sólo como un asomo o un reflejo del acontecimiento.5

El lenguaje es secundario y, si nos quedamos en este oírse-hablar, es manifiesto que la escritura no sirve como una transcripción, ni siquiera una transposición, de los afectos, si acaso ésta es equivalente a una traducción que ha pasado por una serie de modulaciones para hacer patente un hecho inexpresable, que Artaud considere que a él le sea imposible siquiera pensar evidentemente se debe a que la definición del pensamiento en la razón occidental ha venido a ser esta cristalización de los afectos en una imagen diáfana . El pensamiento de Artaud se reduce a un desnivel de afectos trastocados, una huida de emociones fundamentales y pulsos intestinales, la cartografía de sus afectos se ajusta a un devenir de múltiples acontecimientos que sirve como un requiebre del esquema del conocimiento.

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Es claro que la relación entre música y lengua que hace Rousseau inicia con los juicios estéticos de la modernidad. La música subsiste por medio de una serie de intervalos y entonaciones que, según el propio Rousseau, determinan la verdadera naturaleza del acento. Para un moderno como el pensador genovés, que esta propensión al orden y la composición sea inherente al hombre es algo obvio: el hombre, incluso en sus pasiones, es un ser que tiende a darse explicar, aun dentro de la fuerza de los sentimientos en las primeras lenguas, estas funcionan como modos de expresión. Es también obvio que la característica pasional de la música, la reacción del cuerpo y los sentidos a las vibraciones, es el único ámbito de indeterminación compatible con la razón del siglo XVIII. Poner a Artaud frente a Rousseau no es solamente una contienda entre hormigas y lupas, lo que queremos es dejar claro que los supuestos de Rousseau son parte de la razón operativa de occidente. Artaud, en más de un sólo sentido, es más cercano a la figura de Nietzsche: un artista sumido en la enfermedad, una víctima de la sífilis, su encuentro con la escritura avista una brecha entre los asuntos del mundo y lo que hierve en la sangre.Se debe recordar que Nietzsche consideraba que todas las interpretaciones de la filosofía y la ciencia por igual eran interpretaciones erróneas del cuerpo.6 Nietzsche, al igual que Artaud, habitó devotamente sus enfermedades y, de hecho, su actitud ensimismada no era más que una simple apariencia, el síntoma de su vida hosca y disociada se ocultaba bajo las fibras de su cerebro. Los dos pacientes de neurosífilis, sus vidas se abocaron a estirar la mano entre las recamaras vacías de los sanatorios, Artaud 9 años saltando entre El Havre, Villejuif y Rodez; Nietzsche los últimos de su vida en Turín. Sus dolores de cabeza y  los ácidos de su estómago repartían sus achaques corporales en cada uno de sus aforismos y sentencias. Un filósofo de la salud, su motivo del baile inmerso en la filosofía reunía a los dolores, a los movimientos interiores, los brotes, los carbunclos y los latidos en la espontaneidad efusiva de una misma danza. La resaca sustituye a la embriaguez por obra de la bilis, una pesadumbre que ahonda en el cuerpo y lo remite a su desesperada autoconservación. 

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1.3. Gilles Deleuze dice en la primera página de “Crítica y clínica” así: 

“La literatura se decanta más bien hacia lo informe, o lo inacabado, como dijo e hizo Gombrowicz. Escribir es un asunto de devenir, siempre inacabado, siempre en curso, y que desborda cualquier materia vivible o vivida. Es un proceso, es decir, un paso de Vida que atraviesa lo vivible y lo vivido. (…) Devenir no es alcanzar una forma (identificación, imitación, Mimesis), sino encontrar la zona de vecindad, de indiscernibilidad o de indiferenciación tal que ya no quepa distinguirse de una mujer, de un animal o de una molécula”.7

El asunto de Rousseau es marcar el punto inicial en que la razón cobra esta fuerza preponderante, y no con el propósito de desterrarla del andamio de la modernidad, pero sí con la esperanza de poder mezclar sentimiento y pasión, lengua y razón en una sociedad que sofocaba a las pasiones y menoscaba su importancia en el plexo de la filosofía y las ciencias. Con todo, la sociedad nace al compás de esta razón, las pasiones nos dirigen hacia el suplemento que las dilucidan en la creación de una lengua vernácula. Con toda su marcada ingenuidad, Rousseau buscaba una emancipación de los afectos, y de hecho, lo que para él pasó con la escritura es que ésta pervirtió el modo de hablar originario y, por ende, a la música, es decir, a los modos de expresión sumergidos en una raíz estética. El propio suplemento mata a los sentimientos cuando los instala en un modo de producción de imágenes, o sea, en una representación. No obstante, el asunto iba atado a la moral. En algo que parece mostrar un revés de lo que será el pensamiento de Nietzsche, para Rousseau, de toda expresión sentimental emana un sentimiento moral que conmovía a los hombres de distintas naciones. Toda gesticulación va acompañada de una razón moral, razón suscrita a una perspectiva. Los de Rousseau son, por lo tanto, afectos contenidos, afectos acompañados de un comportamiento determinado por códigos y tablas de valor, con lo que no hay otro modo de “gobernar” sobre las pasiones que con un comportamiento mesurado: las pasiones se encuentran dentro del espectro entre el bien y el mal. La propuesta de Rousseau le facilita formar una impresión negativa del escribir que, sin embargo, se ataba a las sensibilidades de su época. Sí, la escritura es la reducción tosca de las pasiones a una imagen, pero la tendencia que une a los hombres en sociedad es su predisposición de hacerse entender, inclinación que, por lo demás, forma los lazos de amor y amistad, es una vía determinada y necesaria en los países de climas fríos.8

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La lengua y la escritura, según Rousseau, alcanzan una forma. Y esta forma, a modo de paradoja, es la perversión del habla, perversión que la sume en la exactitud y la objetividad. El punto que inicia la conformación del lenguaje, como ya habíamos dicho, se desprende de la definición de los puntos brumosos dados en las impresiones. La lengua, el sustrato de toda escritura, estaba ya dentro de la actitud pasional del canto: toda escritura es una dilucidación del alma, es una huida de lo oscuro a lo claro. Deleuze concuerda con Artaud, escribir es algo que se lleva a la par de las inclinaciones de la razón, pero solamente en cuanto ésta es un modo de determinación.  En este caso, la escritura se lleva al cuerpo, es un proceso que se instala en el curso de los eventos fugaces que componen lo vivido, es un bagazo de lo vivido, un gesto informe que va cobrando forma y luego se va fragmentando, en una palabra, es devenir. Pero Rousseau, viendo los términos de la razón  moderna, entiende que con la llegada de la palabra escrita algo en los modos de expresión se apaga. En Rousseau no hay vida en la escritura, hay muerte. Muerte causada por la sustracción de la naturaleza, la escisión; el desgarro que ocasiona la escritura, el habla desposeída de su état de nature, la ambición del progreso que lleva a los hombres hasta las entrañas de la tierra9, escribir es un sustrato de toda la modestia natural, la lengua siempre se encargará de mover a el universo sin mover un dedo:

“El suplemento, siempre será mover la lengua o actuar por las manos de otro. Aquí está todo reunido: el progreso como posibilidad de perversión, la regresión hacia un mal que no es natural y que se debe al poder de suplencia que nos permite ausentarnos y actuar por procuración, por representación, por las manos ajenas. Por escrito. Esta suplencia tiene siempre la forma del signo. Que el signo , la imagen o el representante se conviertan en fuerzas y hagan  “mover el universo”, he aquí el escándalo”.10

El suplemento, recordémoslo, es algo siempre referido a la naturaleza y sus recursos: las especies orgánicas, los minerales, el cuerpo, los movimientos intestinales, las pasiones, la moralidad que se esconde en ellas: sí, conmover con la orina o con la defecación a distintas naciones; quizás a italianos y franceses, el habla y su beldad, los murmullos de los ríos y su imitación mesurada en la música, el color de los arreboles y su fijeza en la pintura. Rousseau instiga sus ideas provenientes de un anhelo por lo natural y las inscribe en una estética del buen gusto y los buenos modales; lo natural es bueno en cuanto tiene esta inmediatez e intimidad con el paraje natural, pero no en cuanto forma imágenes, no en cuanto es conjetural. De igual medida, dice Derrida sobre Rousseau, el amor es natural y no el deseo erótico, deseo que además se expresa en el onanismo. Y la masturbación es también suplemento porque invoca la imagen del ser deseado, la instala en un signo, en una representación. El erotismo es aceptable en cuanto que orbita los andamios empíricos de la amada,en cuanto recorre una cadena de comportamientos y errores mostrados en el cortejo: un texto en el que creemos estar, dice Derrida, y en cuanto distingue entre el abismo de las representaciones y la eficacia de la presencia del ser amado, es decir, al momento  en que se suplementa con una imagen, el candor erótico se desintegra y es un signo solamente, una huella a seguir de su ausencia, algo, pues, en lo que no estamos y que, por lo tanto, es exorbitante:

“El proceso indefinido de la suplementaridad ha lastimado desde siempre a la presencia; desde siempre ha inscripto en ella el espacio de la repetición y el desdoblamiento de sí. La representación en abismo de la presencia no es un accidente de la presencia; el deseo de la presencia nace, al contrario, del abismo de la representación, de la representación de la representación, etc. El suplemento mismo, por cierto, en todos los sentidos de la palabra, es exorbitante”.11

El signo es lo inventado para dar consistencia y fijeza al orden impreciso de lo natural. Un afecto como el deseo sexual es rebajado a un signo, un suplemento, en la noción de las pasiones de Rousseau. Este escandaloso acto — el del onanismo — suplanta a la cadena del cortejo, desposee a la naturaleza del coito y otorga una representación abismal, unos contornos ausentes conjurados por un signo descarnado y espectral. El escándalo de la escritura es que ésta suplanta a la naturaleza, la diseca, y ofrece una taxidermia de su cuerpo, modelo que sin embargo no habita el cuerpo de la naturaleza. Si seguimos este pensamiento a la base de Rousseau, inscrito en sus consideraciones hacia un regreso, una cercanía cada vez más angosta, a la región de la naturaleza, entonces no podemos sino admitir que la escritura es muerte: una representación frívola de lo natural. Sin seguir este cejo romántico, sin embargo, Deleuze, Derrida, Artaud, se ven ajenos a la corriente; el discurso es consustancial a la vida. Artaud, en ese sentido, ve al escribir con una radicalidad impresionante: escribir sí es como morir, pero porque vivir es estar sumido en ajenidad. El punto es que la cercanía entre las pasiones “naturales” y la manera de expresarlas se disipa, un abismo nos separa entre el altiplano de los afectos y las palabras. La escritura es este desborde que describe Deleuze. Artaud entiende que el cuerpo está vestido con los harapos de la escritura. Que el escribir acontece a la par de la ambigüedad de los afectos. La descripción de un afecto para Artaud no es disecar un sentimiento poniendo todos sus elementos a la vista, no es una mera representación de los sentimientos, el cuerpo mismo está recubierto del escribir porque sucede que todas las expresiones derivadas del discurso, la sintaxis y la forma están aglomeradas en un dinamismo de multiplicidades desplegadas en una conciencia difusa. Artaud se decanta en esto porque su pensamiento es en realidad más fatal que el de Rousseau: la escritura no toca ni por lo menos algún punto, no tiene ni un contacto ni con la imagen ni con la naturaleza ni con la cosa. En la escritura hay — como decía Deleuze — un punto de desborde, donde el sentido llega a grado cero y conforma el acto de transformación en la creación de la composición escrita, es un reajuste de elementos, una dispersión, un reacomodo de ensamblajes, escribir es este trastoque de voces y de flujos. En realidad, Antonin nos exige puramente nada: afectividad, sin más. Él — Antonin — está muerto en vida porque no le es ni siquiera posible pensar, esto le dice a Jacques Riviére, y exige que toda Europa entienda que esto no es cosa solamente suya, sino que es el asunto primordial de la conciencia. Un hombre se posee en destellos, continúa diciendo Artaud a Riviére, e incluso cuando se posee a sí mismo le es imposible dar cohesión a sus fuerzas desperdigadas, sin las cuales es imposible toda forma de creación.12 Escribir es esta salida al rastro de las huellas de lo vivido. Al explorar la teogonía mesoamericana, Artaud encuentra — en sus propias palabras — una filosofía como la  de Heráclito, una filosofía de los elementos, es decir, un pensamiento sostenido por la alteridad13, un pensamiento en torno hacia la disipación de la conciencia, puro devenir. Escribir no es una elucidación de los actos y las palabras, todo escribir es una difusividad de vivencias, un rastro perdido entre la veredas.

Los dos pensamientos, el de Artaud y el de Rousseau, son vías hacia la indeterminación del pensamiento.El carácter que emana de los 2 autores nos puede responder algo que ya sabíamos: hay una brecha honda entre la palabra hablada y la palabra escrita. Sin embargo, el misterio de esta escisión no se marca con la simple línea de una frontera entre lo escrito y lo hablado; es más bien una resonancia entre sus voces: objeto y concepto, sentimiento y palabra. Rousseau recuerda que, al oírse-hablar, el lenguaje del hombre siempre está referido a una vida, con lo que coincide con los destellos siempre atados a una existencia dispersa mencionados por Artaud. Los cimientos del lenguaje son, pues, afectos, provienen de una auto-afectación que origina a la música en la voz y no en el sonido; la lengua es una imitación de una voz, un empuje al exterior del pulso latente del habla, impulso que se reduce a una imitación vacía o una vacilación de la vida: la imagen es muerte. La contradicción al fondo de la invención de las lenguas es el suplemento, la sustitución de la presencia de las impresiones y las cosas por su conjura en la representación: “El fuego suple al calor natural”14, el signo sustituye a la cosa, la masturbación al sexo, la ley suple a la naturaleza, la ausencia es la presencia. Hacer uso de los signos no es otra cosa que traer aquí, a presencia, una cosa que está ausente. ¿Y qué está presente? En el eco de la naturaleza lejana, su voz se escucha al interior y no se puede desobedecer, y nadie tendría el deseo de desobedecer, diría Rousseau, con lo que ella es también una ley. Lo presente es el habla, es plenamente presente, es la vía de retroceso al interior, donde la existencia queda remitida a su voz muda, y la salida hacia el relieve de los acontecimientos. Hay una astucia en Rousseau, el acto de escribir es el sacrificio que se apropia de la presencia; la muerte de la voz es la inauguración de la vida, es una reapropiación simbólica, es un salir afuera: “No comencé a escribir sino cuando me consideraba un hombre muerto”15.  Artaud parece rechistar a esta figura del suicidio literario cuando nos dice que el suicidio es una empresa reservada para los hombres que piensan claramente, una empresa que a él le parece absurda porque en un invalido como él carecería de valor representacional16. Sólo aquellos que pueden poner sus ideas en orden, que pueden premeditar y urdir un plan de su muerte, aquellos no reclusos en una caja de resonancias, los que ven entre la apariencia y distinguen los rasgos de la verdad y la mentira, a quienes la bruma y el destello de cientos de zumbidos no los posee, es decir, quienes se poseen, pueden hacer la distinción entre una vida y otra y planear un gran gesto como el gemido disperso entre los ecos de la ausencia. 

Bibliografía:

  • Antonin, Artaud.Artaud Anthology, translated by David Rattray, City Light books, 1961, San Francisco
  • Deleuze, Gilles. Crítica y clínica, traducido por Thomas Kauf, Editorial Anagrama, Barcelona
  • Derrida, Jacques. De la gramatología, traducción de Oscar del Barco y Conrado Ceretti,  siglo XXI editores, 2021, México, 184.186.
  • Freud, Sigmund. “An Outline of Psychoanalysis” en The Penguin Freud Reader, Selected and introduced by Adam Phillips,  Penguin, 2006, New York
  • Morfee, Adrian. Antonin Artaud’s Writing Bodies, Stanford university press, 2005, New York.
  • Nietzsche, Friedrich. The Joyous Science, translated by R. Kevin Hill, Penguin, 2018,  Great Britain,
  • Rousseau, Jean Jacques. Ensayo sobre el origen de las lenguas, traducción de Adolfo Castañón, Fondo de cultura económica, 2006.

  1.  Morfee, Adrian. Antonin Artaud’s Writing Bodies, Stanford university press, 2005, New York,  21.
  2.  Rousseau, Jean Jacques. Ensayo sobre el origen de las lenguas, traducción de Adolfo Castañón, Fondo de cultura económica, 2006, pos. 87
  3.  Derrida, Jacques. De la gramatología, traducción de Oscar del Barco y Conrado Ceretti,  siglo XXI editores, 2021, México, 184.186.
  4.  Freud, Sigmund. “An Outline of Psychoanalysis” en The Penguin Freud Reader, Selected and introduced by Adam Phillips,  Penguin, 2006, New York, 48-50.
  5.  Antonin, Artaud. “Fragments of a Journal in Hell” en Artaud Anthology, translated by David Rattray, City Light books, 1961, San Francisco, 40-47.
  6.  Nietzsche, Friedrich. The Joyous Science, translated by R. Kevin Hill, Penguin, 2018,  Great Britain, 8-10.
  7.  Deleuze, Gilles. Crítica y clínica, traducido por Thomas Kauf, Editorial Anagrama, Barcelona, 1996, 5.
  8.  Hay toda una teoría de las sociedades y las lenguas en Rousseau que depende de las circunstancias meteorológicas y geográficas del planeta, la distinción entre culturas y lenguajes se da por los climas del norte y del sur. El tiempo y el espacio de este ensayo no nos permite ahondar en esto con más detalles, pero hicimos una pequeña referencia a esta teoría en la primera sección. Sin embargo, queremos añadir  que la naturaleza de los gestos y los lenguajes son distinguidos por estas razones para Rousseau. Según él, en las tierras de climas cálidos, es decir, las tierras del sur,  las sociedades se dieron con motivo del encuentro erótico entre hombres y mujeres debido a que las tierras fértiles producían suficiente sustento para la vida individual. El primer momento en que los hombres encontraron mujeres con las cuales no compartían parentesco debió haber sido en la coincidencia en ríos y demás cuerpos de agua dulce, en ese caso se tuvo que encontrar un modo de explicarse entre ellos y, por consiguiente, se fueron formando las primeras lenguas. Este proceso, mantiene Rousseau, evidencia por qué las civilizaciones de climas cálidos constan de un progreso más lento en cuanto a la cultura y las ciencias: su socialización se vio determinada sólo por la necesidad de evitar la endogamia. Por otro lado, las naciones del norte, en climas fríos, se vieron en la necesidad de formar lazos de cooperación de manera más apresurada: la formación  de las  lenguas y los asentamientos fueron incitados por la necesidad de producir alimento y cobijo. Las ramificaciones de esta distinción entre los lenguajes y las culturas no es solamente estética. Si bien en el ensayo Rousseau los expone en cuanto al orden de la música, es en los dos discursos sobre el origen de la desigualdad entre los hombres donde postula las consecuencias políticas y morales de su teoría. Derrida, por su parte, hace un análisis deconstructivo sobre la división de las lenguas. En “De la gramatología” se presenta un análisis de la escritura con base en las primeras leyes instauradas al momento en como Rousseau concibe el origen de las sociedades. Según Derrida entonces, esta sustitución del gobierno doméstico por el mando político, inicia las normas en contra de la “amenaza de perversión”: la prohibición del incesto, por ejemplo. ver Rousseau, Jean Jacques. Op.Cit., pos. 317-556 y Derrida, Jacques. Op. Cit, 330-335.
  9.  Nos referimos nuevamente a la metalurgia. Que el hombre haya creado un método para penetrar en los adentros de la tierra y clasificar y manipular sus minerales es altamente significativo para Rousseau. Ahí mismo se crea un cisma entre la vida previa a la sociedad y las culturas que vendrán después. En este caso, podemos ver una relación implícita entre la escritura: la clasificación de minerales, la teoría de la metalurgia; y la realidad efectiva. Desde que la metalurgia se establece hay un método de producción de armas, lo que quiere decir que desde las entrañas de la naturaleza se extrae un método de ejercicio de la violencia. La cultura con una teoría mayormente sofisticada tendrá un mayor acceso a las armas y, por consiguiente, tendrá la posibilidad de oprimir a la cultura que no lo tenga.
  10.  Derrida, Jacques, Ibid. 188
  11.  Derrida, Jacques, Ibid. 208
  12.  Artaud, Antonin. “Correspondance with Jacques Riviére” en op. cit., 20 
  13.  Artaud, Antonin. “No Theogony” y “It is the act that shapes the Thought” translated by Raymond Federman en Ibid, 65-68.
  14.  Derrida, Jacques. Op. Cit., 327.
  15.  Jean Jacques, Rousseau. Citado en Derrida, Jacques. Op. Cit., 183.
  16.  Artaud, Antonin. “Is suicide a solution?” en Op. Cit., 60

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